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Casi sumergida por completo, solo su cabeza salía del agua. Era muy agradable la sensación de frescor que invadía su cuerpo. Por ella se quedaría así horas sin fin.
--- Señora … sería prudente volver al castillo.
La voz llamó a la realidad a aquel espíritu relajado.
--- Tienes razón. Salgamos del agua. --- contestó con aire tranquilo.
Tres chicas se acercaron con una gran toalla de lino blanco.
El margen estaba a pocos pasos y ahí esperaban otras dos mujeres y dos hombres montados a caballo con un tercer animal sin caballero.
--- Podéis seguir, yo subiré con mis doncellas.
--- Como usted diga, señora.
Los hombres incitaron los caballos, y, rápidamente, desaparecieron entre los arbustos.
--- Vámonos … hay que subir … --- las cinco mujeres sonrieron respetuosamente y la siguieron … de repente, una de ellas se quedó parada mirando al otro margen.
--- Qué pasa, Bruneida?
--- No lo sé, señora. Me pareció ver a alguien al otro lado.
Todas pararon intentando detectar algún movimiento … pero todo parecía desierto.
--- Vámonos … ya es tarde … el rey me espera.
La llegada al castillo duró casi cuarenta minutos.
Wuamba, el gran rey visigodo, las esperaba a la entrada del portón principal.
--- Estaba preocupado, Amélia … dentro de muy poco caerá la noche.
Amélia, la bella reina, hizo una venia.
--- Perdonad … señor mi esposo y rey … es que subí a pie con las doncellas … perdimos, un poco, la noción del tiempo. No volverá a pasar.
El rey hizo un momento de pausa …
--- Id a vestiros … cenaremos en una hora.
--- Con vuestro permiso … --- nueva venia.
Wuamba hizo una señal a uno de los escuderos que se acercó silenciosamente.
--- Quiero que redobles la vigilancia junto al río. Los moros están del otro lado.
--- No se arriesgarán a cruzar las aguas … llevarían mucho tiempo a llegar y denunciarían su intención.
--- Puede ser que tengas razón. … pero siempre que la reina baje, pon dos hombres más en la escolta.
--- Será como ordenáis … mi rey.
La cena ocurrió en silencio. Sobre la gran mesa había mucha comida. Amelia estaba hambrienta … nadar le abría el apetito.
--- Un día tratarás de ayudarme a comprender qué placer se podrá sentir al estar enterrado en agua.
Amelia no evitó una larga sonrisa.
--- Es maravilloso … es una sensación difícil de explicar con palabras … por qué no me acompañais un día?
--- Yo??!!! No sería digno de un rey. Qué dirían nuestros súbitos? Me perderían todo el respecto.
--- Claro que no, señor mio. Intentad un día … un solo día … estoy segura que cambiareis de opinión.
--- Definitivamente … no!
El silencio volvió al salón.
Dos días más tarde, Amelia se dio cuenta que la guardia que la acompañaba al río era más numerosa.
A ella y a sus doncellas no les pareció importar.
Esta vez fue ella quién, cuando estaba totalmente dentro de agua, se dio cuenta de un movimiento en el otro margen.
--- Mirad señora.
--- Sí. Ahora también lo he visto. Allá, junto aquel árbol.
--- Está muy lejos … no da para ver claramente.
--- Me pareció ver un hombre.
--- Sí, señora mía … a mi también me pareció.
Amelia miró en la dirección contraria. Los soldados estaban distraídos … no se habían dado cuenta de nada … mejor así.
--- Que no se entere … Wuamba jamás permitiría que volviésemos aquí.
--- No sería mejor volver al castillo?
--- Vale …
Al día siguiente Amelia no se sentía muy bien físicamente. Llamó a Bruneida a su habitación.
--- No me siento bien, hoy no bajo al río.
--- Muy bien, majestad.
--- Pero no quiero que os privéis de ese placer … quiero que bajéis vosotras, sin mi.
--- No estaría bien, señora. Esperaremos que se recomponga su majestad.
--- No! Es una orden. Quiero que vayáis.
--- Como ordene, señora mía. Se lo comunicaré a las demás.
Al salir de la habitación se cruzó con el rey y le hizo una gran venia.
Wuamba entró con aire preocupado.
--- Me han dicho que estabais indispuesta.
--- Así es. Hoy prefiero quedarme en la cama, descansando.
--- Hacéis bien.
--- Una cosa, señor mi rey …
--- Decid, mi reina.
--- He dado ordenes para que mis doncellas bajen sin mi. Podrías mandar los soldados de protección, como cuando voy yo?
--- Será como deseáis, señora. Os mandaré un curandero para que os mire.
--- Gracias, mi rey.
Al quedarse sola, Amélia cerró los ojos … no tardó en dormirse.
El
despertar fue suave. Una voz dulce la hizo abrir los ojos …
---
Señora … tengo que hablaros. --- Bruneida esta arrodillada junto a
la cama.
---
Qué ha pasado?!
---
Acabo de volver del río.
---
Los soldados fueron con vosotras?
---
No, señora.
---
Volveré a hablar con el rey.
---
No vengo hablaros de eso, señora mía … sinceramente, prefiero que
los soldados se queden en el castillo.
---
Entonces que pasó?!
---
Los del otro lado …
---
Los moros?!
---
Sí. Uno de ellos cruzó el río.
Amelia
se sentó en la cama.
---
Qué dices?! Hasta este lado?!
---
No. Hasta el medio del río. Traía un mensaje.
---
Un mensaje? De quién? Para quién?!
---
El mensaje era para Vos, señora.
---
Para mi? Y de quien?!
---
De Mutsafari, rey de los moros del margen sur.
---
Y que quiere?!!
---
Quiere verla … señora.
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Imposible!
---
Eso le he dicho yo … le expliqué que vos sois a esposa del Rey
Wuamba … por la cara del hombre no tenía ni idea.
---
Y que te ha contestado?
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Pues, que transmitiría el mensaje a su señor.
---
Ah! Que no era el rey moro en persona ?!!?
---
No. Era un emisario.
----
Bien! Le has dicho quien yo era. No volverá a molestarnos.
( continuará ... )
( continuará ... )
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