José Horacio, José Leitão, como era conocido en toda la zona, miraba con aire desesperado el reloj de plata, herencia de su fallecido pare, que tenía el bolsillo de su chaleco, pendiente de una cadena también de plata … qué día aquél … marcaba las ocho de la noche.
El apodo de Leitão era también herencia … su padre era el dueño del pequeño bar restaurante que él ahora gestionaba en Taberna Seca.
Era el mejor de todo el pueblo … no solo porque se comía ahí mejor que en ningún otro sitio … pero, principalmente, porque era el único sitio donde se podía comer en todo el pueblo.
En la parte de atrás, su padre creaba dos o tres cerdos que mataba a principio del otoño … así siempre tenía carne todo el año, y eran famosos sus embutidos y jamones … empezaron, entonces, a llamarle Tó Leitão … José, a su hijo … le quedó el apodo …
Volvió a mirar el reloj … 8.15h … suspiró …
Aquel día empezó antes de la seis, el sol aún estaba perezoso. Tenía que dejar comida a los animales. Mantenía el legado de su padre, pero había añadido algo suyo … ahora también criaba gallinas y conejos … así tenía más para ofertar en su restaurante.
Cerca de las siete y media ya estaba en la parada del autobús, el único que pasaba para Sarzedas.
Ese era su objetivo de hoy. Tenía que ir al pueblo grande para ver a su cuñado que se había caído y roto una pierna.
La idea era coger el autobús de la mañana y volver en el de las ocho de la noche.
Como estaba previsto, comió con su hermana y su marido.
Por la tarde ayudó un poco a arreglar el terreno que tenían y que ahora estaba un poco descuidado … su hermana no podía hacerlo todo.
Pero el día se le hizo largo.
Se perdió en el tiempo y cuando miro el reloj eran las 8 de la noche.
Le llevó 10 minutos llegar a la parada … y ahí estaba … esperando …
8.30h … ya había pasado … seguramente …
Un otro hombre pasaba cerca:
--- Perdone … sabe a que horas pasa el autobús para Taberna Seca?
--- Hoy?! … Ya no hay … el último pasó hace un cuarto de hora …
--- Gracias … --- era lo que temía … no tenía transporte para volver a casa.
Poco a poco se fue concienciando que solo le restaba la posibilidad de ir a pie … eran cerca de 10 km … pero no tenía otra alternativa … iría a pie …
Lo peor de todo es que empezaba a caer la noche …
Se puso de camino …
Los kilómetros primeros pasaron con relativa rapidez … era sencillo … solo tenía que seguir la carretera nueva.
Hasta el río Ocresa era siempre bajando … ya le faltarían los últimos 4 km que eran muy cuesta arriba.
José Leitão seguía caminando a paso constante … la bajada le llevaba hasta el río … ya sentía el aire más fresco.
Se sentía solo con la naturaleza … y la verdad es que le gustaba aquella sensación.
Al acercarse del puente algo llamó su atención … más o menos en el medio, un bulto estaba en el lado contrario al suyo … parecía un hombre …
A cada paso más fácilmente distinguía, en la noche oscura, aquella figura …
Ahora no tenía dudas … era un hombre … casi podía jurar que era un soldado, aunque su uniforme fuese raro …
A pocos metros, y delante de la completa inmovilidad del individuo José tomó la iniciativa.
--- Buenas noches.
Del otro lado del puente el hombre dice algo no entendible … José no pudo comprender … y, sin parar el paso:
--- Perdone! … qué ha dicho?!!?
--- Quién está, está … quien va, va … aquí no se saludan las personas que han muerto hace muchos años, como yo …
José seguía caminando y le llevó algunos segundos digerir lo que, ahora, había escuchado perfectamente.
Se paró, intrigado, y se volvió para mirar al personaje de frente … … … pero no había nadie … imposible … como podía haber desaparecido así tan rápido? No tuve tiempo de llegar al otro lado del puente … y no pasó por el …
Optó por seguir el camino … le llevó más de una hora a llegar a casa …
Finalmente, después de todo aquel día tan largo … estaba en su cama …
Pero, incluso cansado, no fue fácil conciliar el sueño … la imagen de aquél hombre, a medio de la puente sobre el río Ocresa, no salía de su cabeza.
Esta y otras historias parecidas, se cuentan en toda la zona de Castelo Branco.
Se dice que, a finales de la última invasión francesa, después de su inesperada derrota, el ejercito galés huyó por esa región, camino a España y de ahí para Francia.
El puente sobre el río Ocresa se tornó estrecho para coches y hombres huyendo de manera un tanto desordenada.
En un movimiento casual uno de los soldados franceses se cayó al río muriendo ahogado.
No había tiempo para rescatarlo y ahí se quedó.
Se cuenta que, por la noche, sube hasta el puente y ahí se queda, controlando la poca gente que pasa a esa hora.
Su apariencia está un poco desfigurada y, sus vestimentas casi destrozadas, identifican con gran dificultad a las de un soldado francés.
Le llaman … el soldado del Puente de Ocresa.
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